jueves, 8 de septiembre de 2016

Servicio Público

La calle estaba obstruida por la obra, no se podía circular. Sin embargo sí se podía uno estacionar allí, siempre y cuando no estorbara demasiado y aceptara razonablemente el inconveniente de tener que mover el vehículo si llegaba a importunar a los vecinos.

Pues allí estaba yo, preocupado pues había notado que mi carro era el último de la fila. Tendría que pedirle a todos los demás que se movieran para poder salir yo.
 
Cuando salí, me dirijí con las dos chicas que estaban recargadas sobre uno de los carros, el que estaba inmediatamente junto al mío. Y amablemente negaron con la cabeza, al tiempo que señalaban al primero y nos dijeron que también estaban esperando a que las dejaran salir. Que la dueña del vehículo es una licenciada muy mamona y que seguramente se negaría a ayudarnos.

En vista de las cosas, Alfonso y yo nos dirijimos al lugar, que estaba lleno de gente y llegamos preguntando por el propietario del coche que estaba estorbando.

A nadie le gusta que le digan que está estorbando, aunque sea verdad. La doña dueña del auto de inmediato desenvainó la espada, cuestionó el que ella allí trabaje y por lo tanto, tiene derecho a estorbar, mientras que yo soy visitante y carezco de cualquier voz. Se puso prepotente, nos mandamos a la chingada mutuamente y nos retiramos de allí.

Afortunadamente, alguien más movió su vehículo y los demas pudimos salir. Pero pinche vieja.

A la semana que siguió, le pregunté a Alfonso que cómo le había ido con su vecina:

— Bien, le tomé fotos a su carro y se las mandé a mi amigo el támaro.
— ¿El de la facultad?
— Sí
— ¿Y que va a hacer?
— Ah, pues me dijo que ese auto corresponde con la descripcion de un testigo que vió cuando atropelló a un ciclista y se dio a la fuga.
— ¿En serio?
— En serio, me dijo que la denuncia de ese testigo ha servido para un importante servicio público y lograr la prehensión de quien resulte responsable.

Hasta yo me la creí.

lunes, 5 de septiembre de 2016

Sin motivo

Allí estabas, una vez más sentado ante la barra del bar, bebiendo tequila barato, jodido y escuchando las canciones que parecían tener el peor efecto sobre ti.
Autodestructivo y miserable.

Allí estabas, una vez más derrotado, pensando en que estabas condenado a que en toda tu maldita vida todo serían derrotas. Una que otra victoria tal vez. Quizás una, nada espectacular y nada suficiente para mantener en rumbo la nave. Así, no tenía chiste.

Sabes que debes levantar el culo del asiento e ir y ponerte unos putazos con la vida, rajarse la madre, rascarse hasta el fondo. No había de otra. El problema era mantener suficiente presencia de ánimo, por lo menos la mínima para poder poner un pie delante del otro cada vez y seguir respirando.

¿Sonrisa? Es demasiado pronto para eso. Demasiado pronto.

Ni siquieras sabes si habrá pronto algún maldito motivo para hacerlo. 

Los motivos para sonreir pueden esperar. Ahora solamente urge uno para no sentirse tan jodidamente miserable.

¿Cómo diablos hace uno para borrar un rostro de cada maldita cosa que uno ve?

Tu trabajo, tu estudio, tu grupo de amigos, tu pasión, tu gusto, tus malditos pasatiempos estaban ya dedicados a ella...

Hasta los asquerosos gusanos que estuviste a punto de pisar hoy te recuerdan a ella.

¿Ahora que?

¿Ahora para que?

viernes, 19 de agosto de 2016

San Leonard Cohen

Hace algunos años, ella te dijo: "Escucha esto", y le puso play al estéreo de su camioneta —tú manejabas, era su camioneta, pero era tu ciudad—, era la época en la que rifaba el casset, una  selección de Leonard Cohen, al que malamente no conocías.

Y lo disfrutaste con madres. La voz dolorosa, pausada, del viejo poeta, carajo, deseaste ser como él cuando seas viejo. Claro que..., te falta estilo, clase y cojones —y talento—. Disfrutaste hasta el clímax las notas de The Future, chingado, las seguías escuchando en tu mente mientras lo hacían en su casota de aquel residencial.

Cohen se quedó contigo, aun y cuando ella se fue.

Hace diecinueve años que la persigues con la mente, que le has jugado al detective y la has localizado una y otra vez. No es muy hábil para eso. Hasta la tienes en wassap. La tienes en feisbuc y tienes su mail. Hasta le escribes en Navidad, Año Nuevo y su cumpleaños. Es solo que ella no quiere tener nada que ver contigo y tu recuerdo.

Puta madre, qué días aquellos, si tan solo hubieras tenido más huevitos. Qué manía la tuya de callar. Maldito seas por eso.

Maldita sea también la televisión y su jodido fútbol. Chinguen a su madre sus imbéciles comentaristas futboleros y su puta manía de inventarse frases idiotas. Y sobre todo, vas y chingas tú a tu madre por dejar que una de ellas ocupe un lugar en tu cabeza y por permitirle venir de vez en cuando a darte unas patadas en los güevos¡La tenía, era suya... y la dejó ir!

Aunque sabes que no vale arrepentirse de nada.

Que aun con todas las estupideces que has hecho en tu vida, todas ellas te han traído a donde estás y... te has metido en la cabeza que eres feliz.

Luego vienes y recuerdas el casset que te dió Héctor alguna vez, con un acoplado de rolas chingonsísimas y que tú, por querer dártelas de galán, vas y le grabas una copia a ella, con lo que te ganaste que días después te preguntara:

     — ¿No que no conocías a Leonard Cohen?
     — Chingado, no, ¿por qué?
     — Pues porque en el casset que me diste viene Cohen... "Waiting for a miracle"

Carajo, quizás debiste hacerle un poco más de caso a las ínfulas melómanas del Héctor.

No queda más que reir. Claro, ya pasaron casi veinte años.

Ahora, esperas que San Leonard Cohen colabore y te permita encontrar en internet una versión instrumental de Darkness para que puedas usarla como fondo para la lectura de un poema cachondo...

No quieres nada, cabrón.